522. The swimmer

Posted by Thiago | Posted in | Posted on 10:58

Aquella mañana me desperté temprano en la casa rural en la que me había aislado para olvidar un último desengaño; uno más. Serían apenas las nueve cuando abrí la ventana de mi cuarto y contemple un cielo luminoso y claro, que presagiaba un día de fuerte calor. Decidí darme un baño, antes de desayunar.

De lejos no lo vi. Pero al acercarme pude apreciar que otro cliente había tenido la misma idea y se me había adelantado. No había nadie más. Estábamos solos en la piscina él y yo. Aunque estaba lejos, parecía un chico interesante y atractivo. Su cuerpo era brutalmente masculino, y tenía una favorecedora perilla. No dejaba de mirarme y yo a él. Estuvimos así un buen rato, en ese eterno duelo de miradas; ese juego que, normalmente, precede al ligue. Fantaseaba con que se acercara a mí y me follara. Y mi rabo se expandió. Se me puso tan duro que me dolía dentro del speedo. Mi empalme era tan visible que no podía – la verdad es que tampoco quería,- disimularlo. Claro que podía no ser gay, pero mi intuición me decía que tenía que serlo, y mi intuición no solía fallarme, me había servido de ella en numerosas ocasiones. Ningún hombre mira así a otro si no quiere sexo. Yo me senté en la orilla, mientras él permanecía recostado sobre el borde de la piscina. Su hermoso cuerpo resaltaba sobre la aridez del paisaje.

Era un tío con todas las letras, grande y moreno, tan masculino que producía pudor. Me hacía sentirme a mí, con toda mi masculinidad, como una damisela deseando ser penetrada. Era muy moreno y agitanado. El típico que en una página de perfiles hubiera puesto “hispano” o “latino” como descripción. Pero era mucho más que eso. Era la quinta esencia de la masculinidad. Mi culo se estaba dilatando a pasos agigantados. Me senté en el borde de la piscina y esperé…

Él se echó a nadar. Tenía un speedo igualmente blanco y un estilo de natación no muy depurado; pero su fortaleza le hacía avanzar rápidamente en el agua. Yo entré, entonces, en la piscina y me quedé allí de pie, exhibiendo mi excitación y sin dejar de mirarle. No podía hacerlo y ya no me importaba lo que pensara. Estaba claro que acabaríamos follando. Pasó dos veces cerca de mí, pero a la tercera vino directo y, sin cruzar palabra, arrimó su paquete igualmente abultado al mío, y empezamos a frotarnos…

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